¿Evaluar la formación del profesorado?
La
educación pública lo es también en el sentido de que debe estar abierta y ser
transparente en lo que hace, ante la sociedad que la sostiene, con las familias
y, en definitiva, con el alumnado. Todos ellos tienen el derecho a ser
informados de cómo es la educación que tenemos. Esa apertura no tendría sentido
si no es para mejorar la política educativa, las instituciones escolares y para
entender lo que aprenden realmente los alumnos y las alumnas. Como en cualquier
otro fenómeno, situación o acción, la evaluación es consustancial a toda
actividad educativa sobre la cual tenemos una responsabilidad, pues servimos a
un proyecto que persigue metas valiosas y que absorbe recursos públicos
importantes. Pero hay muchas formas de enfocar la evaluación y su realización
práctica que son más adecuadas y útiles por la información que nos
proporcionan.
Acercarse
al campo de la evaluación de la
formación permanente del profesorado es una tarea compleja pero imprescindible
para la legitimización y optimización de las prácticas formativas. La
evaluación de la formación constituye un ámbito de estudio que se puede incluir
en el área de la evaluación de programas. Sin embargo, a pesar de su
importancia, ha sido un aspecto poco considerado hasta ahora. Quizá haya muchos
motivos: desde la propia concepción punitiva de la evaluación, la involucración
de aspectos emocionales por parte de quien o quienes evalúan, hasta la falta de
formación en técnicas y procedimientos evaluativos. También hemos de tener en
cuenta los condicionamientos que se introducen en cualquier proceso de
evaluación, ya sea realizado por los propios implicados en la formación o por
los evaluadores externos.
Es cierto
que el concepto de evaluación ha ido evolucionando con el tiempo, actualmente
hay un cierto consenso en considerar la evaluación como un proceso
sistematizado de recogida y análisis de información útil para la toma de
decisiones de mejoramiento. El rasgo primordial de esta definición es la
subordinación del dispositivo evaluador a la utilidad que se puede sacar ya su
funcionalidad de mejoramiento. En otras palabras, no hay dispositivos
evaluadores recomendables a priori, sino que cada organización debe diseñar su
en función de sus objetivos y de su capacidad de mejoramiento. En la evaluación
el contexto será fundamental e imprescindible.
La
evaluación debe medir los efectos a mediano o largo plazo generados por los
productos de un proceso formativo, sobre la población directamente afectada,
y/o la efectividad del desarrollo de la formación, en términos de logro de
objetivos económicos, sociales, políticos, culturales y ambientales definidos
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