La nueva filantropía estratégica
desembarca en la educación
Francisco Imbernón. Universidad de Barcelona
Publicado en Diario de la Educación 15/9/2017
Actualmente, es importante y necesario analizar la situación
de la educación escolar y como se está
introduciendo la iniciativa privada mediante las grandes empresas. Lo que se ha venido a llamar una filantropía
estratégica mediante una responsabilidad social corporativa o empresarial que se une en la gestión de los
recursos humanos en las grandes empresas. Y que se comprueba con el aumento del presupuesto de esas grandes empresas
en ese apartado dentro de la gestión de los recursos humanos. Ello parece evidente
en los últimos tiempos y no creo que sea solo por la crisis que han padecido
los sectores públicos en España o por la dejadez de la administración educativa
con posturas más neoliberales de desconfiar de lo público y evidenciar con sus
políticas la validez y rigurosidad de lo privado. Quizá algo tenga todo eso que
ver pero hay algo más en ese interés por la educación: el negocio y la
legislación tributaria que favorece las inversiones de recursos para este tipo
de programas.
Y uno puede pensar que eso solo pasa en nuestro entorno y no
es cierto. Pues no. Aunque sea reciente algunas de esas políticas empresariales
en educación en nuestro país, es una experiencia largamente conocida en otros
países en sectores de ayuda humanitaria, sectores sociales, impacto ambiental, programas de salud y de
reducción de la pobreza, etc. Desde hace
décadas se ha introducido donde
predominan desde hace tiempo políticas neoliberales o neoconservadores en
educación, salud, inversión social, etc. y que en muchos de ellos, se han dado
cuenta que lo que empezó siendo aplaudido por ser una ayuda a la escasez de
recursos o descentralización de éstos,
se está convirtiendo en otra
cosa. Y salta la alarma internacional. Ver La
nouvelle philanthropie : (Ré)invente-t-elle un capitalisme solidaire ? de
Virginia Seghers de 2009, De Nieuwe
Mecenas de Renée Steenbergenen 2008, Venture Philanthropy in practice de
Chris Carnie en 2010 o el reciente La carga del hombre blanco: El fracaso de la ayuda al desarrollo de
William Easterly en 2015.
Si miramos a nuestro alrededor y empezamos a vislumbrar esas
políticas de “responsabilidad social corporativa” vemos que lo nuevo en nuestro
país es el desembarco en la educación. Podemos
comprobar que la gestión privada ya no se hace ofreciendo becas de estudio,
visitas, apoyando programas de mejoramiento de la infraestructura escolar,
dando equipos, libros y materiales didácticos, que también aún se hace, sino
que empiezan en nuestro contexto a implicarse en las políticas y prácticas de
la innovación, de la tecnología, en las estructuras de gestión y organización
escolares, en la gestión general de las escuelas y en la formación del
profesorado del sector público. Se pasa del
tradicional concepto de caridad, donación, obsequio o regalo, a un
discurso de responsabilidad por conseguir resultados, por ayudar a generar
conocimiento, a mejorar la educación aportando valor que no se suministra desde
lo público. Para estas empresas se trata de actuar de raíz en vez de aliviar
carencias y replantearse la manera en cómo desarrollan su negocio, su modo de
trabajar y ayudan a nuestro modus vivendi. En esencia, no solo se trata del
qué, sino del cómo. Y, ¿por qué este interés educativo actualmente en España?
¿Se presenta de forma sibilina externalizar la educación pública escolar? ¿El
sector público educativo ha de ser igual que el sector privado? ¿Aumenta la
despreocupación de los responsables públicos en educación dejando en manos del
mercado y las grandes empresas la educación de una determinada población
infantil y juvenil? Son interrogantes importantes para ver el rumbo que, en el futuro, puede tomar
el sector público de la educación.
Ya sea por los medios de comunicación o por las redes
sociales, vemos todos tipos de empresas que se están introduciendo de esta
forma en las escuelas o en secotres educativos. No únicamente las cercanas:
Educaixa, Banco de Santander, editoriales de libros de texto y otras más
generalistas, Fundación telefónica, sino también más lejanas de aquí y en otros
países, como Google for Education en España y sur de Europa, Samsung (con proyectos de tabletas),
Disney, Banco Mundial, Coca- Cola, Microsoft,
Apple, Cisco, Huawei, Nestlé, Ford, e-Bay, Unilever, McDonals, fundaciones, etc.,
y las que irán viniendo y las que me dejo que hace años actúan en otros países.
Y aparecen con ampulosos conceptos de márqueting educativo: escuela
inteligente, escuela digital la revolución digital, tecnología avanzada en las
escuelas, innovación del futuro, innovar para mejorar, ganar en excelencia... La
tecnología (la filantropía ha entrado de
lleno en la era digital), y la innovación son las palabras clave de “esa
aportación social corporativa a la educación”. Se aplican procesos empresariales
en la planificación y ejecución de las actividades educativas.
Se sigue la guía práctica
de Rockefeller Philanthropy Advisors que
sugiere la siguiente estrategia: Acotar el
tema, estrechar el campo de actuación y
definir el objetivo a conseguir.
Y la intervención se
vende con un buen marqueting social y educativo
utilizando todas las formas de las modas educativas al menos en el
lenguaje. Han aprendido el lenguaje y las modas. Con la general excusa que las
empresas saben qué tipo de habilidades y capacidades que el sistema educativo
debería proveer para mejorar la productividad y por tanto prometen desarrollar
el trabajo docente y de aprendizaje de forma colaborativa, atención
individualizada, innovación necesaria, mejora de la autonomía o aumentar la motivación
entre otros conceptos que atraen al posible consumidor escolar (aunque la nueva
terminología habla de “coproductores activos” para evitar la mala fama de
“consumidor”). Se vende como una
Responsabilidad Social Corporativa, con un enfoque más de participación que los
típicos acercamientos a los clientes escolares y escuelas (por ejemplo por las
ventas o regalos del típico comercial). Se pasa de la donación típicamente benéfica a la inversión social y la
filantropía estratégica (recordemos que el concepto filantropía es apoyo y el
amor hacia otras personas). Parece ser una nueva participación comercial más
sutil de una audiencia futura cautiva o una cierta mercantilización con la
finalidad normal y legítima de las empresas de aumentar las ventas y para ello
cuanto más conocidos y mejor imagen
mejor. Y no quiero negar que hay organizaciones que les mueve un motivo
altruista, algo así como un deber moral de contribuir a repartir algo de los
muchas ganancia que tiene, también quiere tener una buena reputación por las deducciones
fiscales, o para dar a conocer mejor y más “humano” sus productos o servicios o mejorar su imagen
haciendo ver su gran preocupación por los problemas educativos.
Y con esto no quiero decir que las aportaciones no sean atractivas,
y tampoco que no se ha de acercar la educación al mundo laboral, por supuesto
que sí, sobre todo cuando en muchas escuelas carecen de recursos, hay un
abandono del sector público y hay desigualdades en el afianzamiento entre las
escuelas y los territorios. Diversos organismos internacionales, sobre todo el
Banco Mundial (que no entramos a analizar su “filantropía” sobre todo en
América Latina), señalan la necesidad de
que la educación, no sólo sea tarea del gobierno, sino también de otros
sectores, o como se dice de toda la tribu, pero de una buena tribu.
Pero no se puede llegar como salvadores del desastre
educativo creando una imagen positiva de la marca o preservar una determinada
escuela subvencionada. Y es cierto que el sector privado empresarial puede contribuir con la educación
de muchas formas, más cercana a que la mejora de la educación mejora la vida de
sus trabajadores (no únicamente su productividad) y que puede ayudar a mejorar
el país. Su dinero será bien recibido. Si quieren ayudar a la educación que
estimulen la formación permanente de su personal, ofrecer becas de estudio, apoyar programas de
mejoramiento de la infraestructura escolar, donando equipos y materiales
didácticos, etc. Y si quieren que se desarrollen las competencias de sus
trabajadores también pueden crear alianzas con el sistema de educación
superior, para impulsar el desarrollo científico, la investigación y la
innovación. Que necesitados estamos.
Y también podría ser interesante que las empresas hicieran
análisis críticos de la educación, para mejorarla y pero dejando en manos de los profesionales esa mejora.
Deberían ser más aliados de las políticas públicas y de la educación en general, que promotores
de éstas.
No pido que se retiren y no quiero hacer un discurso anti
empresarial ni antifilantrópico visceral, pido una reflexión y un análisis de
lo que puede pasar en el futuro (que parece que va a más) ya que ahora estamos
a tiempo de evitarlo si perjudicará a sectores de la educación escolar. Me
preocupa que estas empresas u organizaciones marquen la agenda educativa o que hagan
innecesario el sector público en la educación (aunque sea piscológicamente).
No debemos aceptar todo porque nos vendan que estamos
desesperados e impotentes con los resultados de la educación o con los errores
de los gobernantes del sector público y
su falta de implicación organizativa y presupuestaria de todo tipo. Con
los nuevos gobiernos llegaron artículos y papeles dirigidos a los gobernantes
que piden que las empresas se han de implicar más en la educación y aportar
conocimientos y fondos, puesto que son ellos que tienen mucha influencia
educadora y los receptores del personal que se ha formado en el sistema
educativo. Lo dicen sobre todo gurús con
intenciones conocidas de beneficio propio o de aumentar su imagen para aumentar
las ventas de sus productos normalmente editoriales y de asesoría. Lo podemos
comprobar en la cantidad de jornadas donde esos “gurús” que pueden tener o han
tenido una relación con la educación participan en tertulias, convenciones,
conferencia plenarias de grupos de empresas que seguramente le pagan bien por
decir esas cosas.
Y el discurso cala
porque se dice que las empresas son las mejores aliadas y promotoras de las
políticas y gestores públicos (y estos
responden que está muy bien y que apoyan. ¡Ahorro que tenemos en los
presupuestos para dedicarlo a otros cosas no educativas!). También se argumenta
que buscan mejorar la equidad en el acceso en una educación de alta calidad
(cuando pueden provocar mucha desigualdad entre las escuelas públicas). Todo
ello se está diciendo y reciben aplausos cuando, es posible, que detrás haya un
cierto olor a desconfiar de la eficacia y la eficiencia del sector público con
la paradoja de la avenencia de la administración pública. Se presentan
como los salvadores de la nueva calidad
educativa, de la equidad e inclusión y de formar mejor al profesorado
(contando, por supuesto, con
determinados sectores privados o semiprivados y algunos muy unidos a esas
empresas).
Mi duda razonable, después de la reflexión anterior, es si se
trabaja por las escuelas y la mejora de
la educación de un país (que no dudo que algunas sí) o para establecer una
imagen social filantrópica o mejor una nueva filantropía o
“filantrocapitalismo” o filantropía 3.0. ,
con una retórica del patrocinio, donde se accede a muchos profesores y
profesoras y a miles de niños, niñas y adolescentes. ¿Pero no estamos de
acuerdo que la educación ha de estar al servicio de los fines sociales más
generales con la ciudadanía y con una misión pública de la escuela más que a
intereses privados? ¿O, no y yo soy el
confundido o el utópico?
Ya se sabe y se repite constantemente que estamos en una
economía del conocimiento globalizado, pero esto no implica que los gestores
públicos se desentiendan de ser proveedores del servicio público al que se
deben y que se admiren del servicio privado y le encomienden o le permitan
tareas educativas. Para ellos, el sector
privado hacen las cosas más rápidas, más
baratas y mejor. Es posible que no tengamos remedio y que esto sea un futuro
del acercamiento a la privatización educativa ya puesta en práctica en algunos
países avanzados y mucho en las economías emergentes, pero creo que la gestión
pública ha de establecer un límite entre lo público y lo privado. El gestor
público está obligado a intervenir para regular la intervención privada y
evitar la polarización educativa que repercute en la social (escuelas mejores y
escuelas peores, escuelas innovadoras y escuelas que lo son, escuelas
esponsorizades y escuelas que no, escuelas con formación específica y escuelas
que no...).
Y los gobiernos no
quieren o no pueden afrontar problemas que otros les solucionan. No se puede
mirar a otro lado como si no pasara nada, decir que se apoya y colabora y que
les parece muy bien (¿será porque le hacen su trabajo aunque con objetivos
diferentes o similares?). El gestor público no puede caer en los discursos
sobre modernización y eficiencia de que lo hacen otros mejores que ellos. Si es
así tenemos un problema de responsabilidad en la administración y las políticas
públicas. La pregunta clave es ¿qué tipo de educación queremos y qué sociedad
queremos? Y no es una cuestión de ir en contra de las empresas que pueden hacer
un servicio interesante pero siempre gestionado, coordinado y controlado por el
sector público, ya que es una cuestión de compromiso con lo público, de ética y
valores a desarrollar y, que no nos digan
que tenemos problemas de
eficiencia y rendimiento y que ya se ha encontrado la solución en la
filantropía.
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